lunes, 30 de diciembre de 2024 11:44 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

Otra sobresaliente antología de Valdemar (I)

Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Cthulhu una celebración de los mitos"

imagen

 

            Tengo la sensación de que Cthulhu una celebración de los mitos va a ser mi último acercamiento al universo de Lovecraft. En los casi treinta y cinco años transcurridos desde que descubrí la obra del Outsider de Providence en una doble selección de Ediciones Acervo a él dedicada; y en los treinta y dos inviernos que se han ido desde que di cuenta por primera vez de la "celebración" de sus mitos por parte de sus acólitos en La huella de Cthulhu de August Derleth, el heraldo de todos sus discípulos, la cosmología creada por Lovecraft en torno al dios de los profundos me ha sido dada por activa y por pasiva en tantas ocasiones -y a cuál más grata, he de reconocer- que ha llegado a ser una de las más familiares de mi experiencia como lector.

            Tanto es así que ese temor a lo desconocido, factor tan determinante en la literatura de miedo como en el miedo mismo, está dejando de contar para mí en lo que a la mitología de lovecraftiana se refiere. Además, ya voy teniendo una edad en que no es descabellado pensar que puede haber muchas cosas que no he de volver a hacer. No sé por qué me da que adentrarme en el universo de los mitos de Cthulhu es una de ellas. Aunque espero equivocarme.

            Lo primero que me ha llamado la atención de esta antología de Valdemar fechada en 2001, aunque dada a la estampa originalmente en 1990 por Arkham House, es esa cita a Cortazar de James Turner en la introducción. A decir del autor de Rayuela, que como es sabido también lo fue de la mejor traducción de las historias de Edgar Allan Poe, toda historia de miedo obedece a una neurosis de quien la escribe, que pretende exorcizarla al concebirla (pág. 15). No hace falta ser el doctor Freud para llegar a esta conclusión. Pero dicha por Cortázar cobra una enjundia de la que carece en boca de cualquier otro comentarista.

            Una vez se hubo librado Lovecraft de sus obsesiones más acuciantes mediante los relatos en la estela de Lord Dunsany y esos herederos de la tradición sombría de Nueva Inglaterra, surgió el ciclo Cósmico, que el mismo autor llamaba a esos que ahora conocemos como Los mitos de Cthulhu, porque obedecía a uno de sus más profundos y persistentes deseos "el de lograr, momentáneamente, la ilusión de cierta extraña suspensión o violación de las irritantes limitaciones de tiempo, espacio y leyes naturales que nos tienen perpetuamente aprisionados y frustran nuestra curiosidad acerca de los espacios cósmicos infinitos" (pág. 15).

            Bien es cierto que en puridad, al provenir del otros lugares del universo, todas esas divinidades monstruosas que arribaron a la Tierra cuando nuestro planeta aún era joven pertenecen al ámbito de la ciencia ficción. Cuenta Turner que en su momento, estas piezas -la obra de madurez del autor, la publicada originalmente en la revista Weird Tales- provocaron la indignación de los lectores de los pulps de ciencia ficción donde vieron la luz por primera vez, quienes las consideraron ajenas al género. A mí, particularmente, se me antojan en esa difusa linde que separa el terror de la fantaciencia, donde podemos y debemos enmarcar la saga de Alien.

El dudoso comienzo del ciclo

            Cabe suponer que La llamada de Cthulhu, la primera de las piezas aquí reunidas, también es la piedra angular de todo el ciclo. Pero dicha afirmación no deja de ser una suposición. Yo, al menos, no tengo constancia de ello y el propio Turner apunta que Lovecraft -como es común, sin duda, entre los autores que conciben su propia cosmogonía-, no lo hizo en base a un "sistema rígido, sino más bien en una especie de construcción estética siempre adaptable en evolución y a su cambio de intereses" (pág. 14). Y aún hay más respecto al dudoso pórtico al ciclo que pudiera ser La llamada de Cthulhu. El mismo año 28 en que fue a la imprenta por primera vez, apareció El horror de Dunwich, otro de los relatos concernientes al mito.

            Ya entrando en la forma con la que se desarrolla el asunto, cumple hacer mención a Arthur Machen. Suele hablarse -y con razón- de la veneración que Lovecraft sentía por Poe. Sin embargo, no sé porque se acostumbra a soslayar el entusiasmo que también le inspiró Arthur Machen. Lo incluyó de forma ostentosa en su ensayo El horror en la literatura, esa publicación póstuma dada a la estampa por Derleth en el 39 que hoy es un texto canónico del género. Incluso llegó más lejos al citar con cierta frecuencia a El gran dios Pan (1894), la obra maestra de Machen, junto al Necronomicón, El libro de Eibon, De Vermis Mysteriis, Unaussprechlichen Kulten y el resto de los apócrifos del ciclo, a excepción del Necronomicón todos ellos inventados por los acólitos del Outsider de Providence.

            Así pues, Lovecraft escribe La llamada de Cthulhu a imitación de esa técnica de Machen -que a su vez lo es de la Stenvenson- de montar sucesivamente varias historias, en principio ajenas, que van aportando nuevos datos a la narración hasta llegar a la conclusión de su asunto. De hecho, habla de las pesadillas y fantasías que Machen evoca en su prosa (pág. 34) y, en cierto modo, viene a telegrafiarnos sus propósitos sobre esas narraciones, aparentemente inconexas que al final resultarán ser eslabones de una misma cadena, al escribir en su primera línea: "Lo más piadoso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para relacionar todos sus contenidos"

            La primera de esas historias da comienzo cuando a su protagonista se le muere su tio-abuelo, el profesor George Gammell Angell, adscrito a la Universidad de Brown (Providence). Lo suyo hubiera sido que lo estuviera a la de Miskatonic de Arkham (Massachussets) como erróneamente se afirma en el artículo de Wikipedia dedicado a este relato (http://es.wikipedia.org/wiki/La_llamada_de_Cthulhu). Error que sin embargo se disculpa ya que hubiera cabido esperar que Angell perteneciera al claustro de la Miskatonic ya que es en este centro ficticio, de la igualmente inexistente ciudad del llamado Triángulo de Lovecraft -del que Innsmouth y Dunwich serían los otros dos vértices-, donde se condensa la mayor parte del saber en torno a los mitos de Cthulhu.

            Heredero de su tío, el narrador, como también es frecuente en la obra del Outsider de Providence -en la amada literatura de miedo en general- recibe el horror con el resto del legado.

            Muerto su pariente nonagenario después de recibir un empujón de "un marinero negro" -no hay duda de que el autor no había exorcizado aún el miedo que experimentaba ante la posibilidad de que le rozaran individuos de otras razas cuando caminaba por las calles de Nueva York en su fugaz matrimonio- cuando nuestro protagonista se hace con sus papeles, tiene noticia de un joven escultor. Henry Anthony Wilcox. El artista en cuestión también fue un outsider de Providence, a quien "la gente seria de la antigua ciudad comercial le tenía simplemente por raro". Trasunto pues del propio Lovecraft, Wilcox acude al profesor para que le revele el galimatías que él mismo ha escrito en una tablilla al dictado de sus sueños y de una forma que se ve impelido a esculpir: "Cthulhu fhtagn", reza la inscripción.

            A partir de entonces, el profesor Angell, que ya sabe de la abominación que se encuentra tras las palabras incomprensibles, insta al Wilcox a que le tenga al corriente de su experiencia onírica. Aunque el artista, tras una repentina enfermedad, no vuelve a soñar, no ha sido el único en sufrir esas horribles pesadillas que no son sino la llamada de Cthulhu. Otros elegidos han sido presa de los mismos padecimientos en diferentes lugares de todo el Globo. Corre el año 1925.

            En el segundo capítulo -El relato del inspector Legrasse- se da noticia de cómo Angell tuvo conocimiento del culto a Cthulhu. Se encontraba el profesor en un congreso de arqueólogos convocado en 1908, al que acudió Legrasse en busca de información sobre un idolillo -el mismo de cuya forma le hablará Wilcox- labrado en una piedra desconocida y confiscado en lo que creyeron era una ceremonia de vudú celebrada en los pantanos de Nueva Orleáns.

            Cuando consigue llamar la atención de los sabios, el inspector les cuenta su historia con los adoradores de los pantanos, la cual revelaba "una imaginación cósmica, jamás sospechada en una sociedad de parias y mestizos", la idea de la superioridad anglosajona, de la que Lovecraft estaba convencido, vuelve a ser innegable.

            Pero no hay que enjuiciar a los autores de los años 20 desde las perspectivas de nuestro tiempo. Lo que en verdad cuenta es que nuestro protagonista decide tomar cartas en el asunto. Lo hace después de leer en los papeles de su tío-abuelo cómo Legrasse dio noticia de la contundencia con la que puso tajo a una liturgia, celebrada en honor de Cthulhu en los pantanos, y de cómo Castro, uno de los adoradores del dios impío, le puso en antecedentes del abominable culto. Así pues, decide visitar él mismo al viejo policía y a otros personajes que saben de las abominaciones de los pantanos. Pero llegado a la conclusión de que su tío fue asesinado por algún prodigio obrado en él tras el empujón del "negro", precisamente por saber demasiado. Decide él mismo olvidar el tema.

            El tiempo vuelve a pasar llevándonos al tercer capítulo, La locura del mar. Nuestro hombre ya se ha olvidado del culto a Cthulhu cuando en un periódico atrasado lee un artículo donde se refiere la llegada al puerto del único superviviente de la tripulación de la goleta Emma. Es un fragmento que a mí me ha recordado la llegada del barco con el ataúd del conde de Drácula (1897) de Bram Stoker. Johansen, el superviviente de la Emma, es un noruego que ha sufrido un fuerte shock. En una de sus manos sujeta un idolillo que representa a Cthulhu como los que ya conocemos. Tras haberse desviado de su rumbo, la Emma se encontró con otra embarcación tripulada por "un grupo de polinesios y mestizos mal encarados". Cuando éstos les indicaron que dieran la vuelta, se inició un combate en el que Johansen y su gente se alzaron como vencedores. Aunque más les hubiera valido retroceder en su singladura.

            Cuando el narrador se presenta en Oslo resuelto a visitar a Johansen, resulta que el tipo acaba de morir, también misteriosamente. No obstante, nuestro protagonista tiene acceso a su manuscrito. Leyéndolo descubre que Johansen había tenido descubierto la ciudad de R'lyeh, "donde yacían el gran Cthulhu y sus hordas, ocultos en criptas verdosas y cubiertas de légamo, desde donde enviaban, después de un número incalculable de ciclos, los pensamientos que infundían miedo a los sueños de quienes poseían una naturaleza sensible" (pág. 42).

            La emersión de R'lyeh a la superficie, ha sido la causa de todos esos terremotos de los que daban noticia los recortes de prensa del tío abuelo. Es ahora, cuando con la investigación del narrador queda hilvanado todo, cuando se comprende esa alabanza a la pretendida incapacidad de la mente humana de relacionar unas cosas con otras.

 

Las dos piezas de Clark Ashton Smith

            Pese a la relación que mantuvo con Lovecraft fue básicamente epistolar, llegando a verse personalmente en muy pocas ocasiones, Clark Ashton Smith es otro de los acólitos fundamentales del Outsider. Lovecraft se refiere a las formas que evocan la prosa y las pinturas de Smith en La llamada.... Firma igualmente indispensable en los comienzos de Arkham House, la editorial fundada por Derleth para publicar debidamente la obra del de Providence, y colaborador de Weird Tales, El retorno del brujo, la primera de sus dos piezas que aquí se incluyen, cuenta la historia de un sujeto -el narrador- que es empleado por John Carnby por sus conocimientos del árabe. Carnby es un estudioso de temas arcanos que se encuentra metido en la traducción de algunos conjuros del Necronomicón.

            Desde el primer momento, el narrador comienza a sentir todos los temores que inspiran las casas lúgubres. Lo que ya es menos frecuente -y digno del mayor encomio- es el origen del mal. No son, desde luego, las ratas, tal miente Carnby cuando su nuevo secretario le habla de los ruidos espeluznantes escuchados en la noche anterior. Son los restos de Helman Carnby, hermano gemelo de John, a quien éste mató y descuartizó comido por la envidia de que "los Oscuros" le protegieran más a él. Sí señor, los fragmentos desmembrados de Helman, intentando volver a unirse para la venganza, son la causa de esos sonidos horrísonos.

***

            Creador de ese otro apócrifo del ciclo que es El libro de Eibon, Ashton Smith alude a este grimorio en Ubbo-Sathla, la segunda de sus piezas aquí traídas. En sus páginas se habla de un cristal nebuloso, que proporcionaba visiones de las épocas más remotas. Paul Tegradis lo encuentra en un bazar del Londres de 1933. Al observarlo con el detenimiento que el objeto reclama, acaba convertido en Zon Mezzamalech, un antiguo hechicero de Hiperbórea. Tras algunos transportes entres ambas épocas, se deja de tener noticias tanto de Tegradis como de Mezzamalech. Uno y otro han iniciado un retroceso hasta los albores mismos de la Tierra, cuando ésta era Ubbo-Sathla (el origen y el fin) y los primeros hombres, una suerte de reptiles como esa "informe lagartija original" en la que el londinense y el hechicero, ya fundidos en un mismo ser, acaban convirtiéndose.

 

Un clásico de los mitos

            Incluida en Los mitos de Cthulhu (1969), la ya clásica selección de Rafael Llopis, y citada en todos los libros que versan sobre temas arcanos La piedra negra, de Robert E. Howard, es aquella en torno a la cual se desarrolla un culto tan siniestro como ancestral.

            El narrador llega Streigoicavar, el pueblo de las montañas de Hungría donde se alza el monolito siguiendo las indicaciones de von Junzt en su Cultos sin nombre y los pasos del poeta loco Justin Geoffrey, quien perdiera la razón a raíz de asistir a lo que sucede al pie de la enigmática pieza.

            Cuenta la leyenda que, en torno a ella, se desarrolla una siniestra liturgia el 24 de junio. Como la casualidad ha querido que en dicha fecha nuestro hombre se encuentre allí, llegadas las doce de la noche se acerca al claro del bosque donde se alza la Piedra Negra y, después de ser semihipnotizado por una música procedente de ella, asiste al siniestro aquelarre que se oficia a su alrededor.

            A la mañana siguiente, todo resulta haber sido una ilusión. Ahora bien, deducciones posteriores del narrador nos darán a entender que lo que él ha presenciado es un antiguo culto a un ser diabólico, cortado de cuajo por los turcos cuando pasaron a cuchillo a toda la población del lugar. Así pues, para mi sorpresa, los invasores musulmanes son presentados como una fuerza del bien.

Dos horrores de Frank Belknap Long

            Como Clark Ashton Smith, Robert E. Howard y, por supuesto, August Derleth, Frank Belknap Long también fue un destacado miembro del Círculo de Lovecraft. Incluido por Llopis en Los mitos de Cthulhu con Los perros de los Tíndalos, Francisco Torres Oliver, copilador y traductor de esta celebración, le trae a estas páginas con esta misma pieza. Frank, su protagonista -acaso un trasunto del propio autor- es requerido por un amigo, un escritor ocultista que responde al nombre de Chalmers, para que sea testigo de cómo éste viaja a la mítica cuarta dimensión, es decir, a través del tiempo mediante la ingestión de una droga llamada "Liao". Según Chalmers, esta sustancia fue la utilizada por Lao-Tsé para llegar "a ver el Tao".

            Dicho y hecho, tras su primer viaje con Liao, Chalmers llega a los orígenes mismos de la vida humana en la Tierra, ése tiempo tan querido por los cultivadores de los mitos de Cthulhu pues fue entonces cuando el señor de R'Lyeh llegó a ella. Su experiencia, que nos es contada mediante las descripciones del periplo que va haciendo al narrador, le lleva a lo que él llama los ángulos del tiempo. Es allí donde moran las abominaciones de esta narración. Sin duda en la estela del Cerbero del Hades, el inframundo griego.

            Para evitarlos en su nuevo transporte, Chalmers decide redondear con yeso todos los ángulos de la habitación donde se dispone a retomar su viaje por la cuarta dimensión. A tal fin vuelve a llamar al narrador, quien le deja dándole por loco.

            Ya en el tercer capítulo, una noticia fechada en 1928, se refiere un terremoto y del asesinato de Chalmers por un visitante desconocido. También se nos dice que el cuerpo del viajero en el tiempo fue encontrado recubierto por un "extraño pus" que resulta ser una sustancia carene de enzimas, con lo que procura la inmortalidad. Cabe suponer que el prodigio no era del escritor, sino lo que daba a los perros de los Tíndalos ese olor acre del que se nos ha venido hablando a lo largo de la narración.

***

            A grandes rasgos, el planteamiento de Los devoradores del espacio, segundo texto de Belknap Long incluido en la celebración, se me ha antojado igual que el Los perros de los Tíndalos. En esta ocasión, Howard, el escritor que lo protagoniza, es un autor de cuentos que hubieran hecho felices a Poe, Bierce y Villiers de l'Isle Adam. Dadas todas esas alusiones a unos y otros entre los miembros del Circulo de Lovecraft, no parece desatinado pensar que Howard sea Robert E. Howard. De lo que ya no me cabe duda de que Frank, el narrador, no es sino el propio Belknap Long. De nuevo volverá a ser testigo del horror por el trabajo de un colega.

            Cuando la historia empieza, Howard charla con Frank sobre las dificultades que le plantea su búsqueda de un horror que no sea tan "prosaico" como el de los grandes maestros del género. Mientras tanto, una niebla impenetrable ha caído sobre el lugar: Partridgeville.

            Eso es lo que hay cuando un vecino, Henry Wells, se presenta en la casa necesitado de hablar con alguien. Dice que avanzaba con su carro por el bosque, cuando vio una cosa viscosa deslizarse entre los árboles y sintió como si una gelatina se le cayera en la cara. Presenta una herida, con apariencia de balazo, en la cabeza. La forma en que Wells cuenta el suceso, resulta ser aquélla expresión del horror que Howard buscaba.

            Con todo, aún se debaten entre las dudas que le inspira Wells cuando éste asegura sentir un dolor horrible, como si se le estuviera congelando el cerebro, y abandona la casa precipitadamente para perderse entre la niebla del bosque de Mulligan, cercano al lugar donde se encuentran. Al salir tras él, cuando Frank y Howard se adentran en las mismas espesuras, escuchan un zumbido espeluznante junto a los gritos de dolor de Wells. Al cabo, cuando lo encuentran, éste les dice que el ser que vio descender de entre los árboles cuando avanzaba con su carro ya se ha apoderado irremediablemente de él. Que, por lo tanto, se salven ellos.

            Finalmente, tras separarse en la niebla ante la inminencia del horror que acecha en ella, Frank y Howard vuelven a reunirse en una granja. También encuentran allí a Wells. Al acercarse Howard a él, Wells le propina un brutal mordisco.

            Más tarde, el médico que atiende a Wells también advierte a los dos amigos de que quienes ahora ocupan al desdichado volverán. Así pues, nuestros protagonistas resuelven abandonar el bosque de Mulligan, de donde consiguen escapar por el lago, tras hacer un extraño signo que detiene a la abominación.

            Semanas después, ya en un segundo capítulo, Howard está escribiendo en su casa de Manhattan la historia que le ha inspirado lo acontecido. Frank le visita buscando respuestas para lo sucedido, éste le dice que cuando Wells avanzaba por el bosque fue víctima de una monstruosidad que le extrajo el cerebro.

            Finalmente, el tercer capítulo se abre con Frank leyendo, pasada la medianoche, cuando recibe una llamada sobresaltada de Howard pidiéndole ayuda porque "ellos" han vuelto. Al presentarse en el apartamento de su amigo, Frank ve a una terrible forma que se está apoderando de Howard mientras las páginas de su historia de terror sublime flotan en el ambiente, iluminado por la luz cegadora que está absorbiendo el cerebro de su amigo.

            No obstante el magnético interés que despiertan sus narraciones y el acierto de condensar el horror en sí en unas pocas líneas, para explayarse en los preámbulos al descubrimiento de la abominación -llevan más páginas las descripciones de los sonidos horrísonos, los olores acres y las presencias inquietantes que las dedicadas a dar cuenta del origen de todo ello-, justo es reconocer que los autores del Círculo de Lovecraft tienen unos recursos literarios muy limitados. Sus esquemas se repiten constantemente. De hecho, todos ellos fueron cultivadores del pastiche. Lo suyo es literatura de evasión. Tan respetable como Goethe, por supuesto, pero un entretenimiento y poco más. De ahí que se les olvide en la historia de la literatura en general, como se pasa por alto al mismo Lovecraft.

Dos frecuentadores de los bosques de Wisconsin

            Destaca entre todos los acólitos August Derleth, el verdadero depositario de la obra del Outsider de Providence. A él debemos las ediciones en las que ha llegado hasta nosotros y el conde d'Erlette, que le llamó el propio Lovecraft, también es el que se muestra más mimético con los procedimientos narrativos del maestro. Así, El morador de la oscuridad, el primer texto de Derleth en la selección es el más semejante a La llamada de Cthulhu. En esta ocasión, el profesor que lo protagoniza es Upton Gardner, de la Universidad del estado. Copilador de cuentos sobre el folclore popular, se le ha dado por desaparecido en la región más primitiva de Wisconsin, mientras llevaba a cabo unas investigaciones en el lago Rick sobre una extraña serpiente que dijo ver en sus aguas un piloto que las sobrevolaba. Se trata de un lugar pródigo en misterios. En el bosque colindante despareció un misionero que sentía seguido por algo, según dejó en su breviario, cuyo cuerpo fue encontrado trescientos años después -en la época en que sucede el relato- extrañamente embalsamado.

            Después de un mes sin noticias de Gardner, Laird y Jack -el narrador-, otros dos educadores compañeros de Gardner en el claustro, van en su busca. Entre las cartas que este último, antes de desaparecer, envió a Laird, había una en la que le solicita ciertas fotocopias del ejemplar del Necronomicón conservado en la Universidad de Miskatonic. Nada más llegar al albergue de lago, que dio cobijo al folclorista hasta su desaparición, encuentran en su escritorio el resto de los grimorios y apócrifos de los mitos. Sobresale entre ellos un texto verdadero: The Outsider and Others, de Lovecraft (pág. 149).

            El mimetismo de Derleth con el Outsider de Providence es tal que aquel incluso nos habla de un mestizo, si bien no le inspira el racismo que a su maestro y Peter, el "mestizo" en cuestión, es el primero que se atreve a hablar del horror que asola el lugar. Luego casi puede decirse que es bueno. En cualquier caso, una vez más hay que decir que el racismo imperante en la sociedad estadounidense de hace ochenta años no ha de considerarse a la hora de leer hoy este texto.

            Particularmente me llaman más la atención las similitudes existentes entre el escrutinio de Laird y Jack en los papeles de Gardner, tan semejante al del narrador de La llamada de Cthulhu en los de su tío abuelo. En buena medida, el trabajo de Laird y Jack en los papeles de Gardner no es sino una excusa para un recorrido por algunos dioses de los mitos y para sentir las primeras presencias invisibles.

            Lo que los dos docentes deducen en el albergue del lago les lleva a ver un nuevo profesor, Partier, quien ha sido expulsado del claustro y se encuentra en un lugar cercano llamado Wausau. En teoría se le ha echado de la universidad por comunista. Pero lo cierto es que se la ha apartado de la enseñanza por el cariz de sus estudios de astrología. Como era de esperar, Partier les dice que no es Cthulhu ni sus adoradoes quienes moran en el lago Rick. Les da a entender que es Nyarlathotep, el morador de la oscuridad y -como también era previsible- les aconseja que se olviden de todo. Naturalmente, Laird y Jack hacen caso omiso del consejo.

            De vuelta a Pashspaho, el pueblo del lago, emborrachan a Peter, "el mestizo" y lo atan junto a una extraña losa que hay en las inmediaciones del Rick. Asustando cuando le amenazan con dejarle a pasar la noche allí, Peter decide empezar a hablar y les refiere la horrorosa ceremonia que las criaturas que adoran a Nyarlathotep ofrecieron a su señor. Los dos profesores deciden asistir esa misma noche a una de esas siniestras liturgias.

            Al regresar al albergue tras una experiencia apocalíptica sienten que alguien les sigue. Este resulta ser el profesor Gardner. O al menos eso es lo que creen nuestros amigos. Una vez en el albergue, descubren que quien ellos creyeron el viejo erudito no era otro que el mismísimo Nyarlathotep, quien había adoptado la forma del viejo profesor para hacerse con todos los documentos que el verdadero Gardner había copilado sobre él.

***

            Mucho ha debido de calar en mi memoria de lector el Wendigo, del gran Algernon Blackwood. Al igual que en El morador de la oscuridad, creí que esa abominación de los bosques americanos iba a hallarse detrás de los horrores de Al otro lado del umbral. Me he equivocado en ambos casos, aunque esta segunda pieza de Derleth también está ambientada en su Wisconsin natal. No obstante plena de referencias al universo de Lovecraft, de los mitos que estas páginas celebran, Tony Alwyn, su protagonista, el bibliotecario auxiliar en la Universidad de Miskatonic. Uno de sus familiares, su tio Leander, consiguió salvarse en 1928, cuando el gobierno atacó la ciudad para poner fin al abominable culto a Dagon que allí se le tributa. Con todo, en esta ocasión, el horror se ha de presentir por un ruido de viento, de ahí también mi asociación con el Wendigo, al que Derleth llega a citar. Un viento que no mueve los árboles porque no sopla.

            Tony es requerido por su primo Frolin a la casa solariega, próxima a Arkham, cuando su abuelo, Josiah Alwyn, empieza a trabajar de un modo preocupante en la traducción de unos "viejos papeles del tío Leander". El recién llegado asiste a extraños trances del anciano, que parece dormido en su despacho sin ventanas mientras sueña una subyugante música. Y es que el tío Leander mandó alzar la casa sobre el lugar que es el pórtico al mundo de Ithaqua, "quien se lleva consigo a sus víctimas hacia regiones apartadas de la Tierra en el tiempo y el espacio, antes de deshacerse de ellas". Esa será la suerte de Josiah Alwyn.

            Azathoth, Nyarlathotep y el Trapezoedro resplandeciente

            El texto maldito al que alude Robert Bloch en El vampiro estelar -relato dedicado a Lovecraft- es De Vermis Mysterii -Los misterios del gusano-. El protagonista de la narración de este caro discípulo del maestro, que también fue el autor de la novela original que inspiró Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), es un escritor de terrores materialistas. A la búsqueda del Necronomicón y demás apócrifos, el literato encuentra el título citado anteriormente, cuyo autor, un tal Ludvig Prinn, pereció en la hoguera de la Inquisición acusado de brujería.

            Dado que el misterioso ejemplar guarda sus enseñanzas en latín, su nuevo dueño, que ignora dicha lengua, habrá de recurrir a un amigo para que se lo traduzca. Trasladado para la empresa a Providence, lugar de residencia del camarada, el escritor asistirá impotente a la muerte de su compañero, a manos -por así decir- de una entidad invisible llegada de las estrellas.

***

            En correspondencia a su dedicatoria de El vampiro estelar, Lovecraft brinda a Bloch El huésped de la negrura, El morador de las tinieblas en la traducción de Rafael Llopis de Los mitos de Cthulhu, donde también se incluye. Pero no sólo eso, más allá de este primer tributo, la reciprocidad del maestro con Bloch también le lleva a tomar el personaje de su discípulo. Así, el narrador de El vampiro estelar, el dueño de Los misterios del gusano, aquí se convierte en el protagonista con el nombre de Robert Blake, en el que se me antoja resuena el del propio Bloch.

            Vuelto a Providence años después de su desafortunada primera visita, en esta segunda ocasión, Blake comienza a sentirse atraído por una sombría iglesia de Federal Hill, a la sazón cerrada después de que tuvieran lugar en ella los ritos de una secta que invocaba a unos seres procedentes de "los abismos ignorados de la noche".

            Como no podía ser de otra manera, Blake acabará penetrando en tan escabroso templo. Una vez allí, descubrirá los restos de un periodista, que en su momento intentó dilucidar las herejías perpetradas entre tan sobrecogedores muros.

            Asimismo, dará con una misteriosa piedra -el Trapezoedro Resplandeciente-, mirando a través de la cual se invoca a Azathoth, terrible divinidad procedente de las tinieblas que mata a sus adoradores. De ahí que quien la invoca sólo pueda salvarse de ella permaneciendo siempre a la luz.

            Días después, a consecuencia de un corte en el fluido el eléctrico motivado por una tormenta, el escritor se queda a oscuras. Será entonces cuando Azathoth le dé muerte descargando sobre él un rayo.

***

            Robert Bloch viene a dar una nueva vuelta a este mismo asunto en La sombra de huyó del chapitel, también incluida, como las dos anteriores, en Los mitos de Cthulhu. En alabanza a esta nueva propuesta de Bloch tengo que decir que me ha interesado muchísimo más que la primera, en la que llegué a pensar que éste era el menos dotado de los acólitos del Outsider.

            Edmund Fiske, el protagonista, es un amigo de Robert Blake, también escritor, que en una noche de 1948 coge un taxi en Providence. El conductor, uno de esos pesados que buscan conversación con el cliente, viendo que Fiske no le responde ni al béisbol ni al tiempo, acaba por comentarle que se han escapado dos panteras del zoológico...

            Se abre así un flash back que nos devuelve a 1935. Ese año, Blake murió fulminado por un rayo como consecuencia de haber invocado a Azathoth al mirar a través del Trapezoedro Resplandeciente, cerrando después la caja que contenía esta piedra. Siendo Azathoth un morador de las tinieblas, ésta era precisamente la forma de llamarlo. Fiske se trasladó entonces a Providence con el propósito de visitar a Lovecraft. Pero el maestro murió antes del encuentro. De modo que a nuestro hombre no le queda más remedio que ponerse en contacto con el doctor Ambrose Dexter, quien abandonará la ciudad después de hurtar el Trapezoedro.

            En los años siguientes, Fiske intentará en vano dar con el científico, cuyo nombre comienza a ser asociado a los debates relacionados con la bomba H, ya estamos en la posguerra. Dada la inutilidad de sus pesquisas, Edmund contratará los servicios de un detective privado. El sabueso logra ponerse en contacto con un tipo que llevó en su barca a Dexter para tirar el Trapezoedro al mar. Igualmente, el investigador acaba por dar cuenta del regreso del científico a Providence. Es entonces cuando el flash back -que no es tal ya que Bloch prefiere contarnos las acciones en lugar de mostrárnoslas- se cierra: El taxi deja a Fiske en la casa de Dexter.

            Tras cierto recelo por parte del mayordomo, el doctor consiente en recibir a nuestro héroe. Fiske, ni corto ni perezoso, no dudará en acusar a su anfitrión de ser Nyarlathotep -el servidor del Morador de las Tinieblas- porque, cuando Azathoth fue en su busca, después de que Dexter tirara el Traprezoedro al mar, el Señor de Todas las Cosas prefirió fundirse con él a matarlo.

            Por más que el científico lo niegue, todo apunta a que Edmund está en lo cierto: el interés de Dexter por la energía nuclear -metáfora de la destrucción del mundo perseguida por la terrible deidad-, su miedo a quedarse a oscuras y los versos de un poema de Lovecraft -Hongos de Yuggoth-, que Edmund recita mientras el científico niega la evidencia, acusando a su visitante de estar loco.

            Pero el escritor no se deja convencer, se dispone a matar a su anfitrión cuando éste apaga la luz. De esta suerte, Fiske, al descubrir el verdadero aspecto de quien tiene frente a él, muere del susto. Finalmente, cerrando ese bello e inteligente homenaje que Bloch rinde a Lovecraft, las dos panteras que se han escapado del zoológico acuden a lamerle las manos al científico, como presagió que habría de ocurrir el maestro en su poema, incluido por cierto en Hongos de Yuggoth, el más célebre de los poemas fantásticos del Outsider.

***

            Ajena al toma y daca entre el maestro y el acólito del Trapezoedro resplandeciente, Cuaderno hallado en una casa deshabitada, la última pieza de Bloch incluida, es la historia Willie Osborne. Es éste un joven rústico que, tras la muerte de su abuela -su tutora-, es confiado por el juez a sus tíos: Fred y Lucy. Todos sus adultos le han hablado de ellos, los espíritus de los árboles, abominaciones convocadas por viejos druidas que moran en el bosque, donde ni Willie ni sus tíos se adentran después de anochecer.

            Narrador además de protagonista, el cuaderno aludido en el título es el que conforma el relato. Escrito pues por Willie en sus últimos momentos, antes de que ellos entren en la casa donde ha encontrado refugio, el joven nos cuenta -o nos da a entender para ser exactos- como ellos acabaron con su tío Fred cuando el hombre iba al pueblo a buscar al primo Osborne. Nunca regresó y Willie está convencido de que le atraparon esos espíritus del bosque para sacrificarle en su liturgia del día de los difuntos. Después irá desapareciendo el ganado y finalmente la tía Lucy.

            Cuando sólo queda el joven narrador, aparece el supuesto primo Osborne. Como Willie desconfía de él, intenta abandonar la casa en compañía de Cap, el cartero. Pero los árboles y algo más parecen cobrar vida al paso de la calesa del cartero que le va alejando del lugar, hasta que un rayo les cae encima provocando la muerte de Cap.

            En su desesperada vuelta a casa, Wille será testigo de una ceremonia de ellos. Ya refugiado en la granja, mientras espera que los espíritus del bosque le den muerte, escribe el cuaderno que acabamos de leer. Lástima que esté lleno de faltas de ortografía deliberadas -"b" por "v", sobre todo-. No hay duda de que Bloch desconocía aquel consejo de José Lezama Lima -creo- referido a que sólo se ha de escribir como habla la gente cuando la gente habla bien.

***

            Su título no deja lugar a dudas, los roedores ya están presentes en Las ratas en las paredes, la pieza de Henry Kuttner -también miembro del Círculo de Lovecraft- incluida en Los mitos de Cthulhu. Sin embargo, en la narración que introduce a Carson -el protagonista de El horror de Salem, el relato de Kuttner de esta selección- en el misterio que guarda la casa que acaba de alquilar, hay algo que me ha recordado a esa otra rata, de "ojillos fúnebres y malignos" que atormenta al Malcomson de La casa del juez, una de las pocas piezas de Bram Stoker que estimo.

            Escritor de novelas románticas y comerciales -es decir, rosas-, Carson ha alquilado la casa de una antigua bruja de Salem, Abiail Prinn, para escribir su nuevo libro con toda la paz que precisa. La rata en cuestión será la que le descubra la habitación de la hechicera, estancia del sótano condenada por los actuales dueños del inmueble. Naturalmente, será en esta alcoba, decorada con inquietantes símbolos y jeroglíficos, entre los que destaca un extraño disco del suelo, donde Carson encontrará el sosiego que precisa para escribir.

            Precisamente es esa calma la que pierde cuando, tras dar cuenta al propietario de la casa de su hallazgo -luego de una notable elipsis que se reduce a un punto y aparte- comienzan a visitarle anticuarios y ocultistas deseos de ver el lugar maldito por los conjuros de Abigail.

            Leigh, el último de estos inoportunos visitantes, es quien le pone -nos pone a los lectores- en antecedentes de lo que ocurre en el lugar. Tras citar a ese abismo existente entre el mundo de la conciencia y el de la materia al que alude Machen (pág. 287) asegura que la habitación de la bruja es un puente tendido entre ambos mundos.

            Esa noche, Carson se despierta sobresaltado. De madrugada aún comienza a dar vueltas por un barrio que le resulta familiar. Se me antoja que fue allí donde tuvieron lugar los sucesos de las famosas brujas de la ciudad. Lo cierto -es decir, lo que nos cuenta el autor- es que, ya de mañana, cuando las calles comienzan a despertar, se produce un alboroto por el hallazgo de un cadáver. El rostro sin vida aún denota el miedo que le causó lo último que vio.

            En su siguiente visita, Leigh comenta a Carson que ha sido utilizado por Abigail como vehículo para volver al mundo luego de que colocara su mesa de trabajo sobre el disco del suelo. Abigail, además de una repugnante momia, resulta ser una adoradora de Nyarlathotep, aquí llamado Nyogtha, pero igualmente Morador de la Oscuridad.

            Carson deja la literatura romántica y escribe un libro con cuanto le ha acontecido, pero no consigue interesar a su editor.

 

Cultivadores de los mitos ajenos al Círuclo

            Fritz Leiber -uno de los grandes de la ciencia ficción y el terror estadounidenses del pasado siglo- es el primero de los autores incluidos ajeno al Círculo de Lovecraft. Ahora bien, El terror de las profundidades, su aportación a estas páginas, es una celebración del universo del Outsider de Providence en toda la extensión de la palabra. Así, además de reproducir algunos de los procedimientos de Lovecraft en La llamada de Cthulhu -a la que se refiere expresamente en varias ocasiones-, tampoco faltan alusiones al Trapezoedro resplandeciente.

            Georg Reuter Fischer, el protagonista de la historia, es uno de aquellos a quienes Cthulhu se dirige subliminalmente en sueños. Su padre fue un emigrante suizo que decidió edificar personalmente una extraña casa en "La Buitrera", un lugar tan inhóspito del sur de California que le llamaron "La locura de Fischer". Ni que decir tiene que también se trataba de una de esas puertas que las abominaciones tienen para llegar hasta nuestro mundo. Así pues, el viejo Fischer es perfectamente consciente de cuanto acontece a su hijo.

            Estudiante durante un tiempo en la Universidad de Miskatonic, cuando el joven Fischer publica sus extraños versos, manda un ejemplar a sus antiguas aulas. Allí cae en manos de uno de los que han tomado el relevo al profesor George Gammell Angell de La llamada de Cthulhu (pág. 317). Aunque en realidad será Azathoth, el dios impío, aquel al que alude el título de uno de los poemarios de Fischer.

            Albert N. Wilmarth, el tipo que se hace cargo de los versos de nuestro protagonista, es un profesor de literatura que ama el folclore de Nueva Inglaterra y recorre el país con un aparato que le permite descubrir las galerías subterráneas que llevan del mundo de los abominables al nuestro. Instalado en casa del joven Fischer, descubre la inminencia de un peligro que se dispone a salir de las profundidades. Para el profesor, la huida se impone. Pero Fischer prefiere quedarse. Perece así con el hundimiento de su casa cuando la abominación de las profundidades sale a la superficie. En cierto sentido, Leiber también viene a celebrar El hundimiento de la casa Usher (1839), de Poe.

***

            Aunque Brian Lumley no pertenece al Círculo de Lovecraft propiamente dicho, cuyos miembros no son otros que aquellos escritores que se cartearon con el extraño recluso de Rhode Island -que llaman a Lovecraft en las solapas de la Factoría de Ideas-, es uno de los cultivadores canónicos de los mitos de Cthulhu. De una u otra manera, lo son todos los incluidos en esta celebración, no en vano publicada por Arkham House. Pero Lumley, si cabe, lo es más pues publicó sus primeras piezas bajo los auspicios de August Derleth. Inglés, como varios de aquellos que podrían reunirse bajo el epígrafe de "acólitos de segunda generación", localiza su historia, Suben con Surtsey, en el Reino Unido.

            Sus protagonistas son dos hermanos que viven en Glasgow y escriben novelas conjuntamente. Construido en base la declaración a la policía de uno de ellos -Philip Haughtree- de los hechos que le llevaron a dar muerte al otro -Julian-, el relato se abre con unas referencias bibliográficas en las que se mezclan textos tan elevados como La rama dorada (1890) de James George Frazer o El culto de las brujas (1921) de Margaret Murray con los números de Weird Tales y algunos de los apócrifos comunes a los mitos (pág. 348).

            Los comienzos del derrumbamiento de Julian se remontan a 1962. Sus primeros desvaríos son los gritos que le producen esos sueños en los que Cthulhu -que también duerme en R'lyeh- llama a los que elige para su desgracia. Tras un viaje a Londres de Julian, Philip comienza a encontrar algo extraño en su hermano y en su entrega absoluta a los textos malditos. Éste le asegura que está trabajando en un relato.

            Más tarde, Julian comienza a lucir permanentemente unas gafas oscuras que le impiden que llegue ni un ápice de luz a sus ojos. Y es que Julian ha sido poseído por Pesh-Tlen, hechicero de uno de los profundos -Gell-Ho- quien se ha apoderado del escritor en sus extraños sueños dispuesto a utilizarlo para que su nefasto señor vuelva a reinar en la Tierra. De ahí que Philip, aunque admita haber dado muerte a su hermano, sostenga que no era en realidad Julian a quien mató, sino a la monstruosidad que se había apoderado de él.

            Una carta aparte nos descubre que Philip había sido dado por loco. Se suicidó con la camisa de fuerza puesta después de que le leyeran un artículo periodístico donde se da cuenta del nacimiento de una isla de una forma semejante a la emersión de R'lyeh en La llamada de Cthulhu. Cabe suponer que la nueva tierra será la morada de Gell Ho.

***

            Incluido por Llopis en Los mitos de Cthulhu, Ramsey Campbell también pertenece a esa segunda generación de acólitos de Lovecraft. Inglés y tutelado por Derleth, como Lumley, su pieza -Edición fría- me ha resultado ajena a los cánones de ese género que bien pueden considerarse los mitos. Su asunto nos habla de un bibliófilo, Sam Strutt. Captado por un extraño mendigo para que le siga hasta una librería, una de las cosas que más me han llamado la atención es que en ella, en lugar de los apócrifos al uso se encuentren El mirón (1954) de Robbe-Grillet y El almuerzo desnudo (1959) de Burroughs. Cuando nuestro hombre encuentra algo de su agrado se lo regalan.

            A la mañana siguiente, cuando Strutt vuelve a la librería hay otro librero atendiéndola. Éste le hace leer un pasaje de Las revelaciones de Glaaki. Se trata de una invocación a Y'golonac y es el mismo Y'golonac quien le ha obligado a ello. Este otro dios impío, también llegado de las estrellas cuando la Tierra era joven, se alimenta de los lectores ávidos de temas esotéricos. El último de ellos fue el que llevó a Strutt a la librería. Nuestro hombre no tiene más alternativa que convertirse en sumo sacerdote de Y'golonac o morir a manos de él. Como no acaba de dar crédito a lo que le está sucediendo, muere a manos del primigenio metido a librero.

(continúa en el siguiente asiento)

 

Publicado el 10 de noviembre de 2012 a las 03:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD